Sueños de gato
Mientras estoy leyendo un libro estirado en el sofá e intentando concentrarme en una historia que se me presenta lejana y con la que no logro identificarme, inconscientemente busco cualquier excusa para alejarme de esa tediosa lectura, esperando encontrar una mosca, o una musaraña que atrape mi atención, pero la hallo en mi gato, el cual estaba tranquilamente deambulando al lado de la mesa cuando una décima de segundo después está subido al nuevo rascador que le permite alzarse a la altura de la ventana, es su terraza con vistas. Lo observo intrigado, pensando qué cavilará al mirar hacia la calle y ver todo un mundo tan diferente al suyo, el cual se reduce a los metros cuadrados de mi piso. Parece ensimismado, con la mirada fija hacia abajo, relajado, paralizado, casi parece una escultura de mármol, apenas parpadea. Su pelaje grisáceo como un día nublado de otoño brilla cuando la luz diurna recorre su pequeño cuerpo. De repente, sin avisar, torna su vista hacia arriba, con mirada atenta, escrutadora, ha visto algo que realmente ha llamado su atención: una paloma que atraviesa su campo visual sin ser consciente que ha estado muy cerca de un depredador que si no hubiera mediado entre ellos un cristal hubiera saltado sin compasión sobre ella. Inmediatamente después que la paloma desapareciera ha vuelto a su actitud pasiva y distante de observador de un mundo que sucede y deviene unos metros más abajo. Gente abriendo sus comercios, coches que hacen sonar sus cláxones impacientes, madres que arrastran a sus hijos llorosos hacia un colegio al que no quieren ir, el borracho del barrio que junto a su inseparable cartón de vino grita cosas inteligibles y que solamente comprende él, un idioma único, con fonética de cirrosis y sintaxis de soledad. ¿Qué pensará de ese mundo que ve mi gato a través del frágil cristal que les separa? ¿Anhelará una vida mejor? ¿Soñará con bajar a ese mundo? Huele los bordes de la ventana, como si quisiera atrapar el perfume de una vida exterior, de una realidad que no comprende y que mira con cierta autosuficiencia. Puedo sentir cierta compasión por él, no podrá bajar al bar y tomarse una tapa con una caña bien fresca, no podrá admirar el generoso trasero de la panadera bamboleándose al recibir el camión que le trae la mercancía, no podrá sentir lo que es correr bajo la lluvia para ampararse bajo el toldo de la tienda de electrodomésticos. ¿Mirará con envidia a esos humanos que corretean como hormigas? ¿Deseará convertirse en un humano y poder participar de ese carnaval de máscaras y actitudes que cada mañana recorren la calle? Puede ser que maldiga al Dios supremo que le ha encerrado toda su vida en un piso de apenas sesenta metros cuadrados, ojalá pudiera atravesar ese cristal y convertirme en humano, puede pensar. Ya he dejado a un lado el libro y divago sobre lo que pensarán esos ojos atentos y que sobresalen de su capacidad ocular, esos ojos que cambian de forma y color según la luz que captan. Estará preocupado, es envidia, querrá bajar a ese mundo que le da curiosidad y que observa con prestancia…súbitamente baja del rascador y se lanza tras la pelota de cascabel, a la que persigue como si todo su mundo se redujera a esa pequeña bola peluda que tintinea a cada zarpazo que le da.
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